He aquí un cuaderno de notas que no ocupa centímetros cuadrados, unos momentos de éxtasis o de desencanto transcritos a la lengua, plasmados en ordenadas, desfilantes letras; he aquí un espacio virtual donde el mundo es poliédrico, donde el tiempo es un garabato, donde las ideas claras son sutiles sensaciones atrapadas por el instinto...donde, entre cráteres y honda oscuridad, puedes oír cómo, hasta en la superficie lunar, hay algo que susurra.
martes, 28 de septiembre de 2010
Abolición de un verbo impersonal: impera la poesía
Yo lluevo; quién puede negar (no yo) este mi desplome por dentro, este deshacerse (acompaña el desacompasado rumor de los truenos) del cielo, bajo y gris, en riadas; quién puede negar la fragmentación de la penumbra envolvente en la lluvia...la intimidad de la muerte de las gotas contra el suelo, su música de maracas tristes, de salero afónico. Todo es, aquí dentro, gris, confuso, nostálgico, acuático; aquí dentro apenas se adivina el recuerdo de la luna o de las estrellas: no se sospecha el sol. Yo lluevo; quien lo niegue, venga a verlo.
jueves, 16 de septiembre de 2010
El dolor de cabeza
Lo persiguió toda su vida. El agudo, constante dolor que le perforaba las sienes y resquebrajaba los pensamientos (él los notaba crujir, despedazarse con el golpeteo) era de nacimiento, como los lunares de sus brazos. Lo había acompañado, con importuna constancia, desde la suavidad de la inocencia en la niñez hasta las caóticas retiradas entre los árboles, oyendo, él y sus compañeros de la guerrilla, zumbar balas que buscaban ansiosas sus espaldas. Lo siguió como un perrito hasta los charcos donde enjuagaba el rostro exhausto, hasta el sopor de las siestas de las cinco, esos tórridos agostos entre las piedras al sol. Y hasta el poste enmohecido y podrido por la termita lo había acompañado el dolor, sin haber sido nunca aplacado, haciéndole fruncir el ceño hasta el final, como lo frunció siempre. Por eso, cuando el carguen, apunten y fuego del capitán interrumpió su ensimismamiento, y el sonoro chasquido seco de seis fusiles disparando escupió seis mortíferas balas que le destrozaron costillas y pulmones, sacó fuerzas de flaqueza para pedir a Dios, no por él, sino por aquel puñado de hombres que lo habían librado, al in, del dolor de cabeza.
Araña
Hay una araña, una araña esquiva que, al atardecer, desciende montada en el sol y teje en mí una mancha azul-negra, que extiende en hilos como de triste escarcha, suave escarcha húmeda y fría, por los entresijos de mi corazón, empañando mis ojos de lejana tristeza.
Un día mataré a esa araña celeste con mi bota de rayos y de estrellas; seré entonces febril, como el bufón: risa hasta en las más esquinadas oscuridades.
Un día mataré a esa araña celeste con mi bota de rayos y de estrellas; seré entonces febril, como el bufón: risa hasta en las más esquinadas oscuridades.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Callad
Callad, cigüeñas crotorantes, lechuzas pasmadas, sombras susurrantes y otros monstruos noctámbulos, callad vuestros picos y no chasqueéis más vuestros dedos animales...no quiero oír lo que tenéis que decirme, no quiero saber qué de vosotros veis en mí...qué tengo yo de monstruo. Antes prefiero creerme inefable, saberme infalible, entenderme como la brisa suave en la cara, no como una caverna: no como vosotros; ¿por qué? bueno, esa pregunta tiene una evidente respuesta: porque soy un cobarde.
Una guitarra y el sueño del maestro
Una guitarra con aspecto de olvido y dejadez se incorpora, se alza sobre sí misma. Adopta una expresión de concentración forzada, de ejercicio de memoria, y toca algunas cuerdas. En la esquina duerme un joven: el sombrero le arroja una sombra gris sobre el rostro, pende de la barbilla sin afeitar un hilillo de baba que se balancea, divertido, al son de los ronquidos; dos negritas, un silencio y una blanca (sol, sol y re) se deslizan silbando dentro de sus oídos, lo despiertan: el hlillo se desprende y ya no lo es, ahora es una bomba que se precipita hasta estrellarse y formar un espumoso charquito en el cauce seco de la arruga del pantalón vaquero. El joven se levanta, va hacia la guitarra y la regaña, esto no es así, así es lo otro, no toques desafinado.
Por la noche, el joven se sienta con calma en una silla de plástico sobre un pequeño escenario, y la guitarra se sienta nerviosa sobre sus piernas. Y la gente, con ganas de diversión, baila la buena música que tocan unas cuerdas que se pulsan solas, mientras el joven deja caer la barbilla aún sin afeitar sobre el pecho y goza del sueño del que deben de gozar los buenos maestros.
Por la noche, el joven se sienta con calma en una silla de plástico sobre un pequeño escenario, y la guitarra se sienta nerviosa sobre sus piernas. Y la gente, con ganas de diversión, baila la buena música que tocan unas cuerdas que se pulsan solas, mientras el joven deja caer la barbilla aún sin afeitar sobre el pecho y goza del sueño del que deben de gozar los buenos maestros.
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