Hay una araña, una araña esquiva que, al atardecer, desciende montada en el sol y teje en mí una mancha azul-negra, que extiende en hilos como de triste escarcha, suave escarcha húmeda y fría, por los entresijos de mi corazón, empañando mis ojos de lejana tristeza.
Un día mataré a esa araña celeste con mi bota de rayos y de estrellas; seré entonces febril, como el bufón: risa hasta en las más esquinadas oscuridades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.