martes, 28 de septiembre de 2010

Abolición de un verbo impersonal: impera la poesía

Yo lluevo; quién puede negar (no yo) este mi desplome por dentro, este deshacerse (acompaña el desacompasado rumor de los truenos) del cielo, bajo y gris, en riadas; quién puede negar la fragmentación de la penumbra envolvente en la lluvia...la intimidad de la muerte de las gotas contra el suelo, su música de maracas tristes, de salero afónico. Todo es, aquí dentro, gris, confuso, nostálgico, acuático; aquí dentro apenas se adivina el recuerdo de la luna o de las estrellas: no se sospecha el sol. Yo lluevo; quien lo niegue, venga a verlo.

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